Abraham, sus recuerdos y su fe

09.02.2013 18:13

Abraham, sus recuerdos y su fe

Lectura bíblica: Génesis 22:1-18

Texto clave: “Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío”. Génesis 22: 8

Objetivo: Se pretende mostrar que el recuerdo conservado reviste un antecedente intelectual para la fe.

Introducción Abraham es un testigo de la verdad, es un hombre que testimonia esa verdad primero desde un estado de pobreza, viviendo en la humilla­ción; un hombre a quien nadie aprecia en lo que vale, a quien se abo­rrece, a quien se desprecia, se insulta y escarnece, sufrió al lado de Sara un corto dolor, y por un poco de tiempo comprendió que la existencia es como una fuerza salvaje y desenfrenada que se retuerce en oscuros sufrimientos ante el peor de los enemigos de un cristiano fiel- la incredulidad-que es como un abismo sin fondo, imposible de colmar que oculta la verdadera causa estable de todas las cosas inestables y que desarraiga al ser humano, particularmente al cristiano del solido terreno de los principios eternos para sumergirlo en la cruel desesperación, en el caso de Abraham, una tierra que le representaba casi nada, no encontró nada que le trajese recuerdos queridos, antes bien, la novedad de to­das aquellas cosas de un mundo desconocido agobiaba su ánimo con una melancólica nostal­gia. Solo el recuerdo de una voz que le dijo “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré Y haré de ti una nación grande y te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.”[Génesis 12:1,2] le fue suficiente como dice San Pablo para guardar “el misterio de la fe con limpia conciencia” [1 Tm3:9] Esa voz lo mantenía firme en el conocimiento y la comprensión sostenida por la justificación de haber creído inicialmente o de haber hecho lo que la fe le mandó hacer, muestra un Abraham que tiene más fe que entrañas, que se niega a sí mismo con su fe, abandona lo finito para asirse a lo infinito, y se siente seguro y re­nuncia a lo cierto por lo que es más cierto sobre todo a sabiendas que el hijo próximo a sacrificar, su risa, su Isaac, su alegría en quien se cristalizaría la promesa de ser nación grande estaba a punto de ser anulado. ¿Todo había sido en vano? ¿Pero quién es ése que arranca el báculo al anciano? ¿Quién es ése que le exige quebrarlo con sus propias manos? ¿Quién es ése que deja sin consue­lo a un hombre de cabeza cana? ¿Quién es ése que le exige consumar personalmente el acto? ¿Es que no hay compasión para el venerable anciano ni para el inocente muchachito? Y, sin embargo, Abraham era el elegido de Dios, y quien le imponía la prueba era el mismo Se­ñor. Ahora todo habría de perderse: el espléndido recuerdo de su li­naje, la promesa de su descendencia, resultaban ser tan sólo un capricho, un antojo ocasional que el Señor había tenido y que tocaba ahora a Abraham cancelar... Ese magnífico tesoro tan an­tiguo en el corazón de Abraham, santificado por sus plegarias hacía más locura matar al hijo de las entrañas que el momento mismo de la anunciación de su llegada.

     He aquí el fuego y la leña; más ¿Donde está el cordero para el holocausto? “Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío”. Génesis 22:7, 8. En la Escritura solo se puede asemejar estas palabras a la de otro hombre similar a Abraham “Yo se que mi redentor vive  al cual veré por mi mismo Y mis ojos lo verán , y no otro:” [ Job:19:25,26] Al Decir “Dios se proveerá” es una afirmación de la demostración de un conocimiento  verdadero, ciertísimo que está anclado en la experiencia de la vida practica cuyo fuente no es la sabiduría racional sino esencialmente el poder de Dios [1 Corintios 2:4, 5] que trae sobre todo seguridad y paz que tranquiliza y aquieta la conciencia, en eso consiste el misterio de la fe, en potenciar la capacidad humana para comprender la medida del amor de Cristo que excede todo conocimiento y que nos llena de toda la plenitud de Dios, “seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cual sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de la plenitud de Dios” [Efesios 3: 19,20] No que podemos comprender la totalidad de lo que Dios es, pero si comprendemos y estamos persuadidos de que Dios es propicio y benévolo y que su bondad sobrepasa todo conocimiento y que ha vencido el mal con el bien “su amor” que nos vincula con lo sagrado. De lo contrario mirar como las generaciones se suceden unas a otras del mismo modo que renueva el bosque sus hojas, si una generación continuase a la otra del mismo modo que de árbol a árbol continúa un pájaro el canto de otro, si las generaciones pasaran por este mundo como las naves pasan por la mar, como el huracán atraviesa el desierto: actos inconscientes y estériles; si un eterno olvido siempre voraz hiciese presa en todo y no existiese un poder capaz de arrancarle el botín ¡cuan vacía y descon­solada no sería la existencia! Todo es vanidad diría salomón [Eclesiastés 1: 1-11] Pero no es así, En la vida todo tiene sentido, No temáis ni un pajarillo cae a tierra sin el conocimiento de vuestro Padre Pues aún vuestros cabellos están todos contados” [San Mateo 10:29,30]   

     Nadie es olvidado, y cada uno de nosotros ha sido grande a su manera, siempre en proporción a la conciencia. Pues quien se amó a sí mismo fue grande gracias a su persona, y quién amó a Dios fue, sin embar­go, el más grande de todos. Cada uno de nosotros perdurará en el re­cuerdo, pero siempre en relación a la grandeza de su expectativa: uno alcanzará la grandeza porque esperó lo posible y otro porque esperó lo eterno, pero quien esperó lo imposible, ese es el más grande de to­dos. Todos perduraremos en el recuerdo, pero cada uno será grande en relación a aquello con que batalló. Y aquel que batalló con el mundo fue grande porque venció al mundo, y el que batalló consigo mismo fue grande porque se venció a sí mismo, pero quien batalló con Dios fue el más grande de todos. En el mundo se lucha de hombre a hom­bre y uno contra mil, pero quien presentó batalla a Dios fue el más grande de todos. Así fueron los combates de este mundo: hubo quien triunfó de todo gracias a las propias fuerzas y hubo quien prevaleció sobre Dios a causa de la propia debilidad. Hubo quienes, seguros de sí mismos, triunfaron sobre todo, y hubo quien, seguro de la propia fuerza, lo sacrificó todo, pero quien creyó en Dios fue el más grande de todos. Hubo quien fue grande a causa de su fuerza y quien fue grande gracias a su sabiduría y quien fue grande gracias a su esperan­za, y quien fue grande gracias a su amor, pero Abraham fue toda­vía más grande que todos ellos: grande porque poseyó esa energía cu­ya fuerza es debilidad, grande por su sabiduría, cuyo secreto es locu­ra, “Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos.” [1 Corintios 3:19] Es humano lamentarse, humano es llorar con quien llora, pero creer en el amor de Dios es más grande y contemplar al creyente es más exaltante, primero porque ha dado el salto de la incredulidad a la fe, de lo finito a lo infinito y luego porque se mueve en la comprensión del conocimiento de su victoria, siempre que lo necesita es asistido “En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” [Romanos 8:37]  El elegido de Dios y el heredero de la promesa de que todos los linajes de la tierra serían ben­ditos en su semilla se asió firmemente a la promesa que le había sido hecha. “Por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo  de cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar”  [Génesis 22: 16,17] Ahora el misterio de la fe nos revela nuestra coheredad, nuestra coparticipación de las promesas en Cristo Jesús por medio del evangelio [Efesios 3:6] que nos hace únicos, no caigamos en la tentación o contradicción con nosotros mismos, una contradicción sería olvidar el contenido de nuestra propia vida cuando continuamos siendo los mismos. No sentir ninguna inclinación a convertirse en otro, y tam­poco considera esa transformación como una acción grandiosa. Sólo las naturalezas inferiores llegan a olvidarse de sí mismas y se convier­ten en algo nuevo; la mariposa ha olvidado que antes ha sido oruga, y es posible que más adelante llegue a olvidarse de que fue mariposa, hasta el punto que podría convertirse en pez. Las naturalezas profun­das nunca se olvidan de sí mismas y nunca se convierten en algo dife­rente de aquello que siempre fueron. “Acuérdate” “recuerda” son las palabras de nuestro Señor Jesucristo El recuerdo aunque precisamente será doloroso; con todo, y en virtud de su resignación infinita, se encuentra reconciliado con la vida y nos asiste aunque sea para olvidar como dice San Agustín “Quiero traer a la memoria las fealdades de mi pasado y las carnales corrupciones de mi alma, no porque las ame sino para que te ame a ti o Dios mío[…] Por amor de tu amor lo hago: repaso mis sendas de suma iniquidad en la amargura de mis recuerdos, a fin de que tu me seas dulce.” . El misterio de la fe permite comprender el gran se­creto de que vivir para el otro  no se deja de ser uno mismo. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con todo tu entendimiento.” [San Mateo 22:37].