Cuando llora Dios ante la injusticia en México. Miguel Fuentevilla Terán

19.02.2013 23:18

Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios [Miqueas 6:8] Son las palabras del profeta aproximadamente 750 años antes de nuestro Señor Jesucristo.

       El mensaje profético revela la profunda y sabia disposición de Dios; solidario con las aspiraciones del ser humano, su bienestar, su felicidad, la seguridad en sus más íntimas y particulares determinaciones cotidianas. Al mismo tiempo satisface sus fines últimos proveyéndole certidumbre frente a lo otro desconocido  al mostrarle el misterio de la eternidad.

      La revelación del mensaje divino tiene como contexto el origen, peregrinación, asentamiento y desarrollo del pueblo de Israel vinculado al génesis de la Iglesia Cristiana Primitiva cuya articulación muestra la constitución de un motivo básico bíblico religioso que “conformó el desarrollo de la cultura occidental, el motivo es de la creación, caída, y redención a través de Jesucristo en la comunión con el Espíritu Santo…1

      Este motivo básico es asumido por la Iglesia Reformada como una verdad, por lo tanto constituye el fundamento de su creencia respecto de la rectitud, la justicia y la paz en las prácticas sociales, que no obstante de los aproximadamente dos mil setecientos cincuenta años pasados y además de su ajenidad a nuestra realidad latinoamericana, los principios rectores trasnculturales y transhistóricos de su mensaje tiene vigencia y capacidad para informar la causa principal de los acontecimientos que sufren la sociedad humana, en este caso la sociedad mexicana.

      Desde este motivo básico que da cuenta de la revelación divina, se observa el lamento de Dios, quien metafóricamente hablando como del padre que provee todo tipo de oportunidades para asegurar la vida de sus hijos, observa a su descendencia como le desconoce no solo a Él, sino también los medios provistos para su bienestar.

     Por su parte, su descendencia, el ser humano se entusiasma con el repunte de su razón que entraña deseos de autonomía. Entusiasmo casi ilusorio, puesto que pronto se percibe luchando solo, cuerpo a cuerpo.

     El reconocimiento de sí mismo, la búsqueda de su autodeterminación, de autonomía, el proyecto de un futuro animado por el deseo de vivir como dueño de su propia existencia es detenido bruscamente por la impotencia de mirarse en el epicentro de un conflicto, una realidad hostil, una aterradora línea de muerte veloz, súbdita, determinante de una oleada perversa con origen desconocido que deja densas tinieblas de soledad, tristeza e impotencia como huellas irreversibles, en estos días de una aterradora llamada telefónica pidiendo rescate, de una noticia dramática e inquerida que le muestra pavorosamente su soledad e impotencia y descubrir que el otro es enemigo, de ver que ese otro no tiene sensibilidad, no piensa en el dolor que produce su violento comportamiento en el prójimo.

Su apuesta por la autonomía es confrontada y truncada bruscamente por el miedo al otro, quien se jacta de la superioridad de sus fuerzas, de su capacidad para dañar bajo la sombra de lo desconocido, de la estrategia y recursos que dispone para atrapar al transeúnte. Entonces la búsqueda de autodeterminación, de autonomía se torna en una alejada meta, incluso vivir con dignidad y sin miedo se presenta como un proceso de destrucción mutua y su agonía constante se convierte en un espectáculo para el mundo.

     La impotencia es tan grande que es imposible hacerle frente, menos frenar el peligro arrollador con que se despliega en las coyunturas más íntimas de la sociedad. Una sensación de horror al ver una descomposición del ser humano, cuyo comportamiento soberbiamente se planta retando a la lógica racional, a la astucia inyectando violencia sinsentido y sin fin elevando el volumen de víctimas cada día y disminuyendo no solo las aspiraciones de autonomía sino las expectativas de vivir en un estado de bienestar.

      La interrogante es inminente. Si quedamos en manos de la razón, de la autonomía, de la autodeterminación humana ¿Cuál es la causa de esa actitud violenta sin razón? ¿Qué se pretende afirmar? Justo cuando se proclama la autonomía de la razón humana y se le concede el privilegio de dirigir el destino humano a fin de posibilitar su felicidad y bienestar, aparecen defectos disfuncionales aparentemente insuperables que desestabilizan el proyecto de autonomía y desarrollo contradiciendo los principios racionales alejando de la frontera de la realidad diaria la promesa de seguridad y bienestar. 

       Precisamente, en este contexto de conflicto general se inscribe el mensaje divino encargado de revelar la causa principal de los males que sufre la sociedad universal. El enfoque de la revelación de Dios encausa los males que aquejan la sociedad en una conspiración iniciada en las oscuras sombras de una disposición demónica encausada hacia el ser humano quien al aceptar la seducción se hizo culpable de sedición contra su Creador.

     Esta es la forma más profunda y definitiva en que la revelación divina explica la avasalladora maldad que ha descendido sobre la raza humana.

     Desde la revelación divina, el conflicto humano posee una dimensión más halla de lo ordinario, se explica a partir de la convivencia con una hueste de fuerzas espirituales que el apóstol San Pablo denomina “principados, potestades, gobernadores de las tinieblas…” [Efesios 6:12] Mensajeros de la muerte, instrumentos de injusticia opresión y violencia, que beneficiados por la búsqueda de autonomía del ser humano, se  aprovechan de la especulación, perpetrados en el desconocimiento y menosprecio que de ellos hace la razón, desarrollan operativos de retaguardia y muerte contra la vida, rectitud, justicia y paz reflejados en hechos concretos e interrelacionados “de grosera pecaminosidad, por ejemplo, el crimen premeditado, accidentes fatales, la cultura de la droga, la matanza desenfrenada de fetos, bombardeos terroristas.” 2 Aunado a la ola criminal, ejecuciones masivas, secuestros brutales.

     Por otro lado, la siguiente causa del conflicto es el ser humano propiamente.

La oquedad entre el querer como una buena voluntad y el hacer, humanamente hablando prácticamente es insalvable lo que da paso a la contradicción y finalmente al conflicto humano.

      El Apóstol San Pablo escribe: “…el pecado entró al mundo por un hombre…” [Romanos 5:12] Dice el Doctor Spykman: “La humanidad no es una víctima pasiva, inocente de la intriga demónica, es introducido a esa conspiración satánica, en tanto cooperó voluntariamente, aunque la desobediencia presupone la tentación como una seducción que viene desde fuera del ser humano”3 “¿Con que Dios os ha dicho.?‘”  [Génesis 3:1]

      Aun y cuando la tentación se originó fuera de la voluntad humana, al aceptar la tentación dio paso al hecho de su participación desencadenando severos cargos de culpabilidad sobre sí y el resto de la humanidad: “Quebrantar el pacto, transgredir la ley de la vida, rebelión dentro del reino, desobedecer la Palabra de Dios, no alcanzar la gloria de Dios, egocentrismo, orgullo, incredulidad, idolatría, los deseos de la carne, dureza de corazón, extraviarnos como ovejas, hipocresía. Nuestra pecaminosidad va más allá de los meros actos externos de discordia. Es más que tener pensamientos embarrados, malas costumbres cúlticas, neurosis, mal comportamiento social, avaricia económica, injusticia pública. En el fondo, el pecado es un asunto de disposición interior.4   Según las palabras de nuestro Señor Jesucristo: “…porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen y contaminan al hombre.” [San Marcos 7:20-23] La condición humana a la luz de la Palabra de nuestro Señor Jesucristo es de corrupción y condenación, es culpable activo como ese ser individual, cada uno, nadie puede culpar al otro y quedar como espectador acusando y excluyéndose. Personalmente cada uno de nosotros como seres humanos, somos responsables y nuestra responsabilidad es intransferible.

     El ser humano como individuo no puede ocultarse y culpar al conjunto, las relaciones sociales y a la sociedad. Si bien es cierto el mal se manifiesta en la trama social, en las estructuras económicas y políticas de las instituciones domésticas, eclesiásticas y educativas de nuestras sociedades modernas reflejados en “los crímenes raciales, el sida, el apartheid, aborto, la pobreza del tercer mundo5 también es cierto que somos nosotros como seres humanos quienes marcamos ese modo de vivir, de tal manera que las consecuencias del vicio, egoísmo, ambición han arruinado las de por sí precarias relaciones humanas.

     Como seres humanos hemos fallado en nuestras tres relaciones irreductibles. Nuestra relación de servicio a Dios, de mayordomía en relación con el mundo, de custodios con nuestro prójimo, se vuelve una relación dominante dominado, por lo tanto injusta. Con razón Hans Kelsen dice: “nuestra felicidad, depende, con demasiada frecuencia, de la satisfacción de necesidades que ningún orden social puede atender.”6

     Así las cosas, La Iglesia Reformada al asumir el motivo bíblico remite el asunto del bienestar, la felicidad, la seguridad del ser humano a su original estado. El conocimiento de Dios, siguiendo las palabras de nuestro Señor Jesucristo: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”  [San Juan 17:3] “El evangelio es la revelación misma de Dios en Cristo que nos llega en la forma de verdad. Esa verdad queda revelada, no solo en la Persona y obra de Cristo, sino en la interpretación que de Cristo y su obra encontramos en la Biblia. Y solo mediante un entendimiento adecuado y una aceptación creyente del mensaje del Evangelio pueden los hombres llegar a entregarse personalmente a Cristo en fe.”7 Puesto que en el Evangelio se muestra al ser humano creado por Dios, pero marchando contra el propósito de su existencia debido a su estado caído de la gracia de Dios,  como lo explica San Pablo según su experiencia. “Porque lo que hago no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago […] Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero eso hago. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? [Romanos 7: 15,19, 24] La necesidad de un redentor es inminente, de hecho ya fue presentado magistralmente desde un centro de justicia antiguo. “¡He aquí el hombre!” [San Juan 19: 5]

      Efectivamente, “el alcance cósmico de la revelación bíblica y el alcance de toda la historia de redención alcanzan su mayor punto de concentración en las poderosas obras de Dios encarnadas en su Hijo.”8 La sangrienta agonía en el huerto de los Olivos y el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo ocurrido una vez en el Calvario a favor de la humanidad tiene un significado absoluto de redención, de dignificación, de justificación perfecta con la misma intensidad creciente para cada ser humano como individuo, como San Pablo dice: “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe.” [Romanos 6:3] 

     De esta manera, el Evangelio de Dios no solo informa la causa de los males del ser humano, sino proporciona la solución.     

     Por lo que hace a las potestades y principados también explica el modo de su aniquilamiento. San Pablo describe que el sacrificio realizado por nuestro Señor Jesucristo destruyó cualquier estratagema demónica contra el Dios Creador y sus hijos: “y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” [Colosenses 2:15] Las astucias y todo tipo de maquinación y cualquier estrategia de odios, de revueltas, de malicias e iniquidad  quedaron al descubierto, todo ello queda supeditado y subsumido a la gloriosa victoria de redención justa de Jesucristo el Señor de todo. 

      Así las cosas, el ser humano encuentra justificación gratuita por la obra redentora y justa de nuestro Señor Jesucristo, y para el que es de la fe como dice San Pablo, su voluntad sea para servirle reconociendo y exaltando de todos los modos posibles su gloria, sin que por ello se jacte de una pureza perfecta, pues sería absurdo y fatuo presumir lo que no se tiene, en tanto que el Apóstol San Juan señala: “si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.” [1ª Epístola de San Juan 1: 8] pero sí escogiendo la mejor manera de agradarle evitando a toda costa comportamientos injustos, lo anterior a fin de encuadrar el comportamiento del cristiano en el tipo normativo que San Pedro escribe: “¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? [1ª Epístola de San Pedro 3:13]

      En este orden de ideas, para la Iglesia Reformada, la justificación hecha a favor del ser humano por Dios en Cristo es el fundamento de la rectitud, la justicia y la paz de las prácticas sociales. Es la referencia normativa absoluta para desarrollar nuestras relaciones con Dios, con nuestro prójimo y con el mundo.

     De hecho el mensaje divino revelado sienta los principios fundamentales que consignan derechos y obligaciones básicos para la determinación correcta y justa de la mayordomía o cooperación social suscrito con la sangre del mártir del Gólgota, quien no solo dijo “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente […] amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” [San Mateo 22: 37, 39, 40] sino que cuando le maldijeron exclamó “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” [San Lucas 23:34] La desconfianza, el resentimiento, los celos como los grandes enemigos de las relaciones humanas quedan aniquiladas ante el poder de las palabras de nuestro Señor Jesucristo.

     Es prioritario considerar permanente y profundamente el mensaje revelado a fin de situarlo en su legítimo lugar para que ese compartir la vida, de reconocimiento, de respeto, de atención, de solidaridad con el otro, con nuestro prójimo verdaderamente encuentre su sentido en las palabras de nuestro Señor Jesucristo: “Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.”  [San Mateo 7:12]

     No basta formular un ideal de vida como seres humanos, evitar desapoderar al otro de su más preciado don, su vida, negarle lo que de mutuo propio le pertenece. Es apremiante que las relaciones humanas estén atravesadas en su raíz por el mensaje de Dios.

      Un mensaje revelado activo, explicito, suficiente, necesario, como manantial inagotable dispuesto a ser apropiado por el ser humano, máxime que Dios mismo provee del instrumento de la fe por el don de su Espíritu Santo para qué el ser humano conozca, reconozca, acepte y sujete su vida a la sólida voluntad de Dios, y decir como San Agustín: “…en ti se halla estables las causas de todas las cosas inestables, y permanecen inmutables los orígenes de todas las cosas mudables…” 8 aun y cuando la realidad dice lo contrario. 

Pues bien, si Dios ha provisto el sacrificio expiatorio de nuestro Señor Jesucristo, del don de la fe por la virtud y gracia de su Espíritu Santo, solidario con los anhelos del ser humano, la realización de sus propósitos, el bienestar, la felicidad, la seguridad en sus particulares determinaciones en la vida; al mismo tiempo que satisface sus fines últimos proveyéndole certidumbre frente a lo otro desconocido  al mostrarle el misterio de la eternidad ¿Por qué entonces la multiplicación del mal cobra víctimas cada día?

     Precisamente ese es el lamento o llanto de Dios, cual padre se compadece de las calamidades de sus hijos, quien después de proveer hasta los más ínfimos detalles para su bienestar, se encuentra con que su descendencia considera insuficientes y molestas sus provisiones y prefiere colmarse por sí mismo aun y cuando continúe viviendo en la servidumbre incierta de la vanidad de su inmadurez, se burla y se aleja del consejo del Padre sabio por viejo e incomodo, y  para encontrar respuestas últimas a sus necesidades, corre al agorero, al movimiento astral, a las líneas dibujadas en la mano, a la obra de sus manos, dándose la gloria a sí, con ello fincándose  a sí mismo la responsabilidad de su muerte.

      Es lamentable vivir solamente de las migajas, vivir tropezando en cada proceso socializador, economizando de uno y de otro modo, privatizando y re privatizando la vida, defendiendo fronteras, por un lado se acumula, por otro se observan crisis financieras, se intercambia, se presta, se abona, se legitiman y deslegitiman sistemas políticos, administrativos, se organiza, se desorganiza, se polariza en los más y menos afortunados, se levantan y desploman sistemas económicos, en fin, el tiempo pasa, nada se aprende, todo se olvida, lo que es más grave, el proceso dinámico del hacer humano está en un marco, en algunos casos de 80 años de vida. Luego acostado frío y sin vida velado por un puñado de conocidos que dirán unas palabras a su favor. En casos más lamentables, un desconocido solo encuentra el miembro mutilado de un cuerpo desaparecido. Lo cierto es que el tiempo traerá una nueva generación y nunca más se acordarán del ser humano actual. ¿No es para Llorar?

     La revelación de Dios muestra que la justicia es una potencialidad de la creación, afirmada por el Cristo resucitado que impele la historia hacia su meta escatológica de Aquél que dijo “Yo soy el principio y el fin.” Desconocerle es injusto. Por eso el mensaje divino: Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. Mensaje que nos impele volvernos a Dios nuestro Creador.

     Mi oración por nuestra Iglesia amada, por el Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo esparcido en la república mexicana, a fin de reflexionar en estos días que recordamos la pasión y resurrección del Redentor, solicitándole que el canto del salmista cristalice en nuestra nación.   

        

 Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová [Salmo  33:12)

1.- Spykman Gordon, “Teología Reformacional, un nuevo paradigma para hacer la Dogmática”,   Grand Rapids, Michigan The Evangelical Legue, 1994, 10 p.

2.- Spykman Gordon, “Teología Reformacional, un nuevo paradigma para hacer la Dogmática”,   Grand Rapids, Michigan The Evangelical Legue, 1994, 341 p.

3.-  Ibidem, 345 p.

4.-  Ibídem, 350 p.

5.- Gordon, Spykman, “Teología Reformacional, un nuevo paradigma para hacer la Dogmática”,   Grand Rapids, Michigan The Evangelical Legue, 1994, 364 p.

6.-  Hans, Kelsen, “¿Qué es la Justicia? México, Ediciones Gernika, S. A. cuarta edición 2007, 14 p.

7.-  Luis, Berkof, “introducción a la teología sistemática”, publicada y distribuida por T.E.L.L.  E.E. U. U. 1988 17 p.

8.- Gordon, Spykman, “Teología Reformacional, un nuevo paradigma para hacer la Dogmática”,   Grand Rapids, Michigan The Evangelical Legue, 1994, 417 p.

8.- San Agustín, “Confesiones, México, Porrua, 1991, 4 p.